sábado, 4 de febrero de 2012

La herencia. Una novela que no te puedes perder

"Sonó el despertador como todas las mañanas a las 6.25.
-          Cinco minutos más – le dijo al reloj como si le pidiera permiso.
Había pasado mala noche, dando vueltas y vueltas entre el nórdico y las pesadillas. ¿Por qué, desde hacía un mes no paraba de tener la misma pesadilla recurrente y sin sentido? Estaba en el agua y de repente algo le agarraba el pie hundiéndola y ahogándola.
Su amiga Elena, que había estudiado Psicología le decía que su mente estaba intentando liberar un sentimiento reprimido. Podía ser que un problema que tuviese guardado en su mente lo representaba agarrándola y al no saber cómo solucionarlo sentía que la hundía, tal vez, quien la agarraba era con el que tenía problemas, su jefe.
Sheila se levantó pensándolo detenidamente, tras los cinco minutos de más. Hoy sería otro día de agotadora rutina si no conseguía enfocarlo de manera distinta. Pero era difícil. Sentía que su vida estaba estancada, el trabajo había dejado de llenarla hacía mucho tiempo. Podía decirse que su vida la asfixiaba pero le superaba la desgana por empezar de nuevo todo.
Fue al baño, abrió la ducha, se despojó del camisón y entró. El agua, todavía un poco fría, se deslizó por su cuerpo despejando su mente del todo. Hoy sería diferente, - se decía, - pienso ir con una sonrisa en la boca, nadie me va a amargar el día. Qué equivocada estaba.
Después de vestirse y desayunar un descafeinado con cereales, preparó el bolso y salió cerrando la puerta de golpe. Atrás dejó su pequeño apartamento con los pocos adornos y objetos personales que había conservado a lo largo de sus infinitas mudanzas.
Llamó al ascensor rezando por no encontrarse con su vecino Xavi, el pesado de la puerta de al lado. Parecía que siempre estaba mirando por la mirilla, esperando a que ella apareciese en el descansillo para salir de su casa y poder bajar juntos en el estrecho ascensor.
Tuvo suerte, justo cuando daba al cero Xavi abría su puerta. – Otro día será- pensó Sheila.
Rebuscó entre su bolso las llaves del coche. ¿Por qué estarían de moda aquellos bolsos gigantes en los que nunca encuentras nada cuando lo necesitas? Cuando aparecieron, fue hacia su Fiat Punto blanco aparcado justo en la esquina. El día anterior había conseguido un buen sitio, a ver si tenía la misma suerte esa noche.
Arrancó y se dirigió resignada hacia la M-40 esperando encontrar menos atasco que de costumbre.
Eran las 8 de la mañana cuando llegó a su trabajo, puntual como siempre, a pesar de las tres vueltas que tuvo que dar para encontrar un hueco donde aparcar. Se colgó en el cuello la tarjeta identificativa y entró en los laboratorios. Saludó al guardia de seguridad, Mario, moreno, de buen porte que había cambiado los estudios por el gimnasio. Pasó la tarjeta por el torno, ya había fichado, un día más de tedioso aburrimiento."
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